UN AÑO MÁS
Lupi, rápido y sigiloso, se
acercó a mi cama reclamando mi atención. Mientras le acariciaba, observé que el
sensor de su collar electrónico parpadeaba con una luz roja intermitente. Era
el momento de vacunarle y desparasitarle. La evolución en biotecnología había
permitido que mi angustiosa alergia a
los animales fuera controlada neurológicamente y así, permitirme, por fin, tener
un perro.
Con un poco de pereza, me levanté
y me dirigí al baño, me introduje en la cápsula de limpieza y esperé a que los
vapores desinfectantes envolviesen el ph de mi cuerpo. Pensé en cómo había
cambiado todo lo relativo a la higiene del cuerpo. Hace 30 años, habría
preferido llenar mi bañera, mezclar miles de ungüentos, y relajarme con las
burbujas en mi hidromasaje.
Tiempo atrás, habían prohibido su
uso, tras descubrir, el sufrimiento que padecía nuestro cuerpo al someter el ph
a situaciones térmicas impropias para nuestra raza. Yo seguía pensando que no
dejaban de ser embustes comerciales. Las piscinas habían sido sustituidas por
estanques de agua salada controladas de forma artificial, a mí me gustaban,
pero seguía, sin embargo, prefiriendo el infinito mar.
Pero no todo era negativo, en
realidad, la evolución había sido formidable en muchos aspectos.
Tras estas reflexiones, me vestí
con ropas fabricadas con el nuevo eco
tejido. Eso sí era toda una nueva revolución industrial y se ha conseguido
muchos avances con este nuevo material.
Su fabricación había supuesto la
disminución en la emisión de toxinas al ozono y su agujero se había recuperado
en casi un 70%. Por tanto, las consecuencias nocivas para la humanidad
prácticamente habían desaparecido.
Nuestro antiguo vestuario se
había reciclado, produciendo una especie de lixiviados que se habían utilizado para realizar trasvases a las zonas
más golpeadas por las cíclicas sequías. Y por último, su fabricación había supuesto
la creación de cientos de miles de puestos de trabajo en la cadena de
producción de este tejido. Laborioso, sí, pero altamente rentable de fabricar.
Tras el cristal observé mi nuevo
coche, regalo de mis hijos en mi 70 cumpleaños, era mi Itranscar. Finalmente, Apple se había atrevido con el sector automovilístico.
Saludé a Telma, mi ordenador de a bordo, le di instrucciones de
navegación, le señalé que no llevaba prisa y
le pedí que buscara música de Ennio Morricone, y así, hacer mi trayecto,
más agradable. Por fin, podía moverme sin tener que conducir, eso sí que era
toda una revolución para mí.
Tras el cristal observaba el
paisaje, no era muy distinto. Recogí a Lucas, mi marido, y nos dirigimos a
celebrar mi cumpleaños con mis hijas, eso, afortunadamente, no había cambiado.